El pasado 2015 fue considerado, según la FAO, el año internacional del suelo con el objetivo principal de prevenir su degradación y empezar a implementar medidas de prevención que lo protejan. Un reconocimiento dado con el objetivo de visibilizar la gran importancia de este ecosistema para el planeta y todos los organismos que habitan en él.
Los suelos actúan como un sistema vivo, con una comunidad variada de organismos que cumplen sus funciones vitales. Entre ellas destaca la de reciclar nutrientes esenciales para las plantas, mejorar su estructura, aumentar la capacidad de retención de agua y nutrientes. O bien, el control y defensa frente plagas y enfermedades.
Gracias a todos estos organismos, nuestras semillas germinan y nuestros cultivos se desarrollan y crecen. Según los cálculos de diversos organismos internacionales, se estima que el 95% de nuestros alimentos se produce directa o, indirectamente, en nuestros suelos. Un porcentaje que pone en consideración la importancia que estos tienen para la vida de todos los seres vivos.
Extrema degradación del suelo
Desafortunadamente, en las últimas décadas se ha producido una degradación masiva en muchos de ellos. El enorme crecimiento demográfico, la deforestación y la sobreexplotación agrícola han sido 3 de los principales factores que han dado lugar a esta problemática. Sin duda, debemos tomar medidas para prevenir y frenar su degradación.
Afortunadamente, este hecho no ha pasado desapercibido para la sociedad y, es por ello, por lo que, en gran parte, gracias a la presión social, en los últimos años, se han comenzado a tomar medidas buscando su regeneración.
A nivel agrícola, el uso indiscriminado de fertilizantes, la mala utilización de productos fitosanitarios o una agricultura superintensiva desproporcionada, han causado la erosión del sistema edáfico y, como consecuencia, la pérdida de su equilibrio biológico provocando un agotamiento y un descenso de su productividad.
Medidas para prevenir
Uno de los mayores avances que hemos vivido en los últimos años es el desarrollo de multitud de nuevos avances científicos que nos permiten conocer minuciosamente aspectos que, hasta hace unos pocos años, era inimaginable.
A día de hoy, podemos conocer qué estructura debe tener un suelo sano, cuál sería su microbioma natural, qué microorganismos benéficos nos interesa potenciar para tener un mayor desarrollo agrícola, qué cantidad de fertilizante hemos de aplicar, etc.
Todo este conocimiento, sumado a la legislación tan estricta, y proteccionista, dictada por la Unión Europea en el ámbito de la producción agroalimentaria, ha logrado que tengamos la producción de alimentos más segura, y desarrollada, del mundo. Una producción respetuosa con el suelo, el medio ambiente y las personas.
Es, por lo tanto, una evolución exponencial dentro del campo de la producción agrícola. La necesidad de producir más alimentos, para alimentar a más de 8.000 millones de personas que vivimos en el planeta, con menos herramientas. Esto supone un reto para cada agricultor, que le obliga a cuidar cada pequeño detalle y, entre ellos, su suelo. El sistema que le permite sacar adelante sus cultivos, sus producciones, y, por lo tanto, su futuro
Es por ello que cada vez es más habitual la combinación de estrategias de producción intensivas con otras regenerativas. Así como la aplicación de microorganismos beneficiosos como micorrizas o rizobacterias, buscando repoblar el suelo, equilibrarlo y conseguir así sistemas radiculares más potentes con una capacidad de absorción de nutrientes cientos de veces mayor, reduciendo así, la cantidad de unidades de fertilización aplicadas.
En definitiva, el suelo es un sistema tan complejo como interesante que, poco a poco, somos capaces de descifrar y entender; pero, lo que sí hemos entendido hace mucho tiempo es que, cuidando el suelo, cuidamos la vida y cuidamos el futuro.